
Sobre mí
Mi nombre es Ricardo Sebastiá Torres y, como muchos recién graduados en Odontología, al terminar la carrera me enfrenté a la gran pregunta: ¿y ahora qué?
Fue en mi último año de universidad, en 2017, cuando un buen amigo francés, Arnaud Sonnery-Cottet, me habló sobre las ventajas de trabajar en Francia como dentista y me animó a aprender el idioma. Sin embargo, al principio la idea no me convencía del todo: estudiar una nueva lengua me parecía complicado y no quería alejarme de mi familia y mis amigos.
La situación laboral que muchos dentistas nos encontramos
Lo primero que hice fue buscar oportunidades profesionales en España. Envié mi currículum a varias clínicas, pero la respuesta fue decepcionante: solo una se interesó por mi perfil, ofreciéndome un contrato de prácticas durante seis meses, mal remunerado.
Me explicaron que, si mi rendimiento era el adecuado, podrían renovarme más adelante con el salario mínimo fijado por el Colegio de Dentistas. Aquel escenario no era el que había imaginado tras tantos años de formación, así que decidí apostar por mi futuro y probar suerte en Francia.
En junio de ese año recibí una oferta para trabajar en Albi, una ciudad encantadora cerca de Toulouse. Contacté con la clínica y programaron una entrevista a la semana siguiente por videollamada.

A pesar de que la clínica estaba interesada en mi perfil, no pasé la entrevista porque mi nivel de francés era muy básico (lógico, ya que solo llevaba una semana estudiándolo). Sin embargo, me dieron otra oportunidad para repetirla en agosto.

En julio terminé la universidad y me preparé a fondo durante 1 mes con una profesora particular de francés y una app llamada Busuu.

Además, en lugar de repetir la entrevista por videollamada, decidí viajar en persona hasta Albi para demostrar mi compromiso.
El esfuerzo valió la pena, me contrataron ese mismo día. La satisfacción de conseguir mi primer trabajo como dentista, y hacerlo en tan poco tiempo, fue indescriptible.
A los pocos días, el director de la clínica me envió un email para que confirmara la oferta laboral que me proponían, además de solicitarme una serie de documentos necesarios para formalizar un contrato provisional hasta que completara la colegiación.
Una vez firmé el contrato y lo reenvié, la contratación se hizo oficial y me dieron fecha para mudarme a Francia y comenzar la inmersión lingüística.
Al llegar a Francia, firmé un contrato como auxiliar dental durante los primeros meses. Sin embargo, mi función no era ejercer como tal, sino asistir regularmente a la clínica para familiarizarme con el entorno profesional y aprender el vocabulario técnico necesario para trabajar como dentista.
Los primeros días los dediqué a instalarme: abrí una cuenta bancaria, contraté el servicio de internet, solicité la tarjeta de seguridad social y gestioné otros trámites básicos para establecerme en el país. También aproveché ese tiempo para conocer al equipo de la clínica y adaptarme poco a poco al nuevo entorno.

La semana siguiente comencé oficialmente la inmersión lingüística. Acudía a la clínica cuatro días a la semana para prepararme lingüística y profesionalmente para ejercer con seguridad y eficacia.

Nombres y uso de los instrumentos odontológicos.

Comunicación efectiva con la auxiliar y el laboratorio.

Protocolos clínicos habituales en Francia.

Cómo explicar tratamientos de forma clara a los pacientes.

Funcionamiento del sistema sanitario francés (CCAM).

Manejo del software de gestión clínica.
Fue una fase exigente, pero fundamental. Gracias a este proceso, pude adquirir una base sólida para superar la evaluación de idioma que exige el Conseil de l’Ordre para poder colegiarse en Francia.
A lo largo de este proceso, tuve que enfrentar varios miedos.
Nunca había vivido solo, ya que estudié en una universidad cercana a casa de mis padres, en Valencia, lo que hizo que no tuviera la necesidad de ocuparme por completo de la gestión del hogar: organizar las comidas, hacer la compra, lavar la ropa o estar pendiente de todas las responsabilidades del día a día.
Además, era mi primer trabajo como dentista, en un país donde apenas dominaba el idioma. Antes de mudarme, solo había estudiado francés durante un mes y medio, lo que hacía que la idea de empezar a trabajar en Francia como odontólogo resultara aún más desafiante.


La primera semana apenas entendía lo que me decían.

La segunda semana ya comprendía la mayoría de las conversaciones y comenzaba a responder.

En la cuarta semana, era capaz de mantener charlas fluidas con mis compañeros de clínica.
Cada noche, me iba a dormir con una sensación de satisfacción enorme.
Conseguí salir de mi zona de confort, superando mis miedos y logrando avances que jamás habría imaginado. No solo estaba mejorando con el idioma a un ritmo impresionante, sino que también aprendí a valerme por mí mismo.
Por primera vez, podía mantenerme económicamente sin depender de mis padres, con un salario digno y estabilidad laboral.
Esta experiencia no solo cambió mi vida a nivel profesional, sino también a nivel personal. Me hizo crecer, madurar y darme cuenta de que, con esfuerzo y determinación, cualquier reto se puede superar.
Por todo esto, recomiendo enormemente vivir esta experiencia. Trabajar en Francia como dentista no solo es una gran oportunidad laboral, sino una experiencia transformadora que te hará crecer en todos los aspectos.
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